En el último año, más que en otros momentos, nos hemos dado cuenta de lo importante que es saber cómo protegernos en situaciones estresantes o críticas, que pueden surgir de muchas formas en nuestra vida diaria.
El estrés se define como la reacción a una amenaza y tiene efectos tanto cognitivos como emocionales. Aunque la respuesta al estrés es normalmente una función saludable y adaptativa, en condiciones de estrés elevado y prolongado, aparecen emociones negativas como el miedo y la ansiedad, que pueden influir en nuestra memoria, el potencial intelectual o afectar negativamente nuestras relaciones interpersonales, sociales y laborales.
Todos tenemos recursos para afrontar el estrés, sin embargo, la exposición prolongada a este o los cambios bruscos en la intensidad es lo que más nos afecta. Un estudio referente a la respuesta de ansiedad en el caso del COVID-19 revela que, aunque el impacto de esta situación sobre la ansiedad baja con el tiempo, los cambios rápidos tienen como efecto una subida de esta. En este caso se nos pueden ver afectadas funciones como el compromiso, el rendimiento y la energía a corto plazo.
Los efectos al ser sometidos al estrés los podemos notar en todos los ámbitos de nuestra vida. Este tipo de circunstancias, como otras que nos podemos encontrar, no las podemos controlar, ni evitar. ¿Qué podemos hacer entonces para protegernos?
Se ha demostrado que las habilidades de regulación emocional junto con el afrontamiento activo nos pueden ayudar a bajar el nivel de ansiedad. La búsqueda de apoyo social, el humor o la distracción pueden contribuir a cuidar nuestra salud mental y a ser más resilientes. Por ello es muy útil entrenar dichas habilidades.
Utilizando una variedad de estrategias para hacer frente a la ansiedad nos da la posibilidad de cubrir diferentes necesidades que podamos tener en escenarios con múltiples factores estresantes como esta pandemia.
Otro aspecto importante en proteger nuestro bienestar es aceptar las cosas que no podemos controlar, mientras manejamos la situación estresante en la medida de lo posible. Adaptar nuestros recursos es un punto clave, ya que puede que estrategias que normalmente solíamos utilizar (ir al gimnasio, viajar, salir con los amigos) no estén disponibles en algún momento. Poder contar con una gama suficientemente amplia de actividades alternativas nos va a proporcionar un sentimiento de control. Ser nosotros los que elegimos ayuda a aliviar los sentimientos de impotencia que inevitablemente surgen a veces.
Los estudios han demostrado que las personas con alta inteligencia emocional pueden gestionar y mitigar mejor el estrés y adoptar estrategias de resiliencia y control. Los componentes básicos de la inteligencia emocional son la conciencia, la gestión de las emociones y la empatía.
Tener en cuenta los sentimientos y necesidades de los demás es un indicativo de la inteligencia emocional. Cuidar de los demás es una de las mejores maneras de sobrellevar sentimientos de aislamiento o distanciamiento. La empatía nos puede conectar socialmente y ayudarnos a afrontar mejor el estrés.
Se recomienda prestar atención a nuestras necesidades y emociones y cuidar nuestro bienestar psicosocial. Tanto los adultos, como los niños debemos educarnos y motivarnos a expresar nuestras emociones, ya que la expresión y reconocimiento de las emociones es muy importante en todas las edades y en todas las situaciones sociales, más aún en las negativas o estresantes.
La terapia online (igual que en el caso de la terapia convencional), puede ayudarnos a mejorar la regulación de nuestras emociones y el afrontamiento activo, a reexponernos a estímulos temidos (como espacios públicos llenos de gente) o ayudarnos a encontrar maneras saludables de distracción de las preocupaciones presentes.